Source: El País
Tamara Djermanovic
07.03.2023
PRESS TEXT
In English (translation):
A mother in the midst of war in Ukraine
Putin’s invasion has put those who speak Russian but have never been pro-Russian up against the wall. Many are trying hard to switch languages, but for some it is almost impossible.
« I’m not going down to the shelter, but I was born there! It was 7 July 1941, during the Nazi offensive against Kyiv », we hear an octogenarian woman say, who now lives in a central flat in the Ukrainian capital and who, a year after the Russian invasion began, manages to keep her spirits and even her good health, except for her chronic leg pain. « I don’t go down to the shelter, where am I going to go with the legs I have », she writes in one of the long messages to her daughter, who left the country because of the war and who has just premiered her first play written in exile in Barcelona. Sasha, the name of this acclaimed playwright and director who now has to make her professional way from scratch, is worried about her mother and all her loved ones who have been left under the bombs. « Mum, I’m asking you, what if a driver comes by and takes you out and I pick you up at the border? »
At the same time, she can’t help but be reminded of the dynamics of the mother-daughter relationship, so universal and so tenderly imperfect at different times. « It’s a pity that you opened in the small hall of the Moscow Academy Theatre and not in the main hall, isn’t it? », Sasha recalls of one of her mother’s typical reactions in pre-war times, with these constant buts with which one sometimes unconsciously hurts even the people one loves so much. The daughter, however, now remembers it with tenderness, while realising that even under the bombs her close people have not changed much: her mother still bakes cakes, a neighbour still takes her evening walks even when the alarms go off, friends come to continue the long conversations in the kitchens of their homes, although these are now constantly interrupted by calls from their loved ones outside the country, if only to tell them that they are still alive.
They are ways of preserving one’s inner life and even of defying a war, and this is one of the main messages of My Mother and the Total Invasion, whose only performance could be seen on 4 March in Barcelona. Although it is a supposedly fictional piece, the verisimilitude is almost documentary, and takes us in a profoundly human way into what Sasha Denisova is basically telling us in her text, performed by the extraordinary actor Aleksey Yudnikov: even in a war, life goes on, with all its contradictions. So do the relationships we have or establish.
The almost two hours of My Mother and the Total Invasion were an experience of Aristotelian catharsis, bridging the gap between the war in distant Ukraine and our comfortable European life. Good theatre teaches and makes the particular rise to the universal. The Ukrainian (and Russian) middle class has slowly but steadily approached the ways of life like other modern societies. Kyiv is a great European city whose beauty and strategic importance has always been perceived by the great countries that have invaded it.
All wars provoke large migrations, especially among young, educated people who seek not only to survive, but to build a life that does not depend on a political context. But the Russian invasion of Ukraine has put many Russian-speaking Ukrainians who have never been pro-Russian up against the wall. The language issue in the Slavic country is very complex: having Russian as a mother tongue, or main language, does not mean being ethnically Russian or coming from a pro-Russian family. Sasha is a Russian-speaking Ukrainian, and that has nothing to do with Russia’s official policy; the same goes for Yudnikov, who left Kyiv decades ago for Moscow, where he studied theatre and made his way as an interpreter, also in Russian. During this year when so much has been learned in Europe about Ukraine and its relationship with Russia, not enough has been said about languages. What happens to a Ukrainian who has been educated mainly in the Russian language? Even after the invasion, the census says that 30% of Ukrainians use Russian as their habitual language. Many try hard to change it, but for some, like Sasha and Aleksey, it is almost impossible.
« Don’t suffer for me. What will happen, will happen. I have already lived my life, and I am confident that we will win! And that you will live calmly and prosperously, study languages, live to the fullest, fulfil yourself, meet people, » the mother tells her daughter. « We shall overcome » and « we shall survive » are the messages articulated at the end.
It is surely the thought that a mother in Kyiv goes to bed with every night. And it is the thought of this retired technical architect, who listens to the alarm sirens as if they were Bach’s music. « Don’t worry, darling, we’re alive. The explosions are not loud. You can hear them far away. The windows are full, we’ve sealed them all up. We have two chairs set up next to the door of the flat, leaning against the walls. We’ve been very scared, honey. »
In Spanish (original):
Una madre en medio de la guerra en Ucrania
La invasión de Putin ha puesto cara a la pared a quienes hablan en ruso pero que nunca han sido prorrusos. Muchos se esfuerzan en cambiar de lengua, pero para algunos es algo casi imposible
“No voy a bajar al refugio, ¡pero si nací allí! Fue el 7 de julio de 1941, durante la ofensiva nazi contra Kiev”, escuchamos decir a una señora octogenaria, que ahora vive en un piso céntrico de la capital de Ucrania y que, al año de empezar la invasión rusa, logra conservar su ánimo y hasta una buena salud, a excepción de su crónico dolor de piernas. “Yo no bajo al refugio, adónde voy a ir con las piernas que tengo”, escribe en uno de los largos mensajes a su hija, que salió de su país por la guerra y que acaba de estrenar en Barcelona su primera obra teatral escrita en el exilio. Sasha, así se llama esta consagrada dramaturga y directora que ahora tiene que abrirse camino profesional desde cero, está preocupada por su madre y por todos los seres queridos que se han quedado bajo las bombas. “Mamá, te lo pido, ¿y si se pasa un conductor y te saca de allí y yo te recojo en la frontera?”.
Al mismo tiempo, no puede evitar recordar la dinámica de la relación madre-hija, tan universal y tan tiernamente imperfecta en distintos momentos. “Qué lástima que hayas estrenado en la sala pequeña del Teatro de la Academia de Moscú y no en la sala principal, ¿verdad?”, recuerda Sasha sobre una de las reacciones típicas de su progenitora en los tiempos prebélicos, con estos continuos peros con los que a veces se hace daño de modo inconsciente incluso a las personas que tanto se quieren. La hija, no obstante, ahora lo recuerda con ternura, a la vez que se da cuenta de que incluso bajo las bombas su gente próxima no ha cambiado mucho: la madre sigue preparando pasteles, una vecina no prescinde de sus paseos vespertinos incluso cuando suenan las alarmas, los amigos vienen a seguir con las largas conversaciones en las cocinas de las casas, aunque ahora estas se interrumpen continuamente por llamadas que reciben de sus seres queridos que están fuera del país, aunque sea para decirles que siguen vivos.
Son maneras de conservar la vida interior e incluso de desafiar una guerra, y este es uno de los mensajes principales de Mi madre y la invasión total, cuya única función se pudo ver el 4 de marzo en Barcelona. Aunque se trata de una pieza supuestamente de ficción, la verosimilitud es casi documental, y nos adentra de modo profundamente humano en lo que en el fondo nos expone Sasha Denísova en su texto, que ha interpretado el extraordinario actor Alekséi Yúdnikov: incluso en una guerra, la vida continúa, con todas sus contradicciones. También las relaciones que tenemos o establecemos.
Las casi dos horas de Mi madre y la invasión total fueron una experiencia de catarsis aristotélica, que anulaba la distancia entre la guerra en la lejana Ucrania y nuestra acomodada vida europea. El buen teatro enseña, y hace que lo particular se eleve a lo universal. La clase media de Ucrania (también la rusa) se ha aproximado, lenta pero progresivamente, a los modos de vida de las sociedades modernas. Kiev es una gran ciudad europea cuya belleza e importancia estratégica ha sido siempre percibida por los grandes países que la han invadido.
Todas las guerras provocan grandes migraciones, especialmente entre los jóvenes preparados que no solo buscan sobrevivir, sino construir una vida que no dependa de un contexto político. Pero la invasión rusa de Ucrania ha puesto cara a la pared a muchos ucranios de habla rusa que nunca han sido prorrusos. La cuestión de la lengua en el país eslavo es muy compleja: tener el ruso como idioma materno, o principal, no significa ser étnicamente ruso o venir de una familia prorrusa. Sasha es una ucrania de habla rusa, y eso nada tiene que ver con la política oficial de Rusia; lo mismo le ocurre a Yúdnikov, que marchó hace décadas de Kiev a Moscú, donde estudió teatro y se abrió camino como intérprete, también en lengua rusa. Durante este año que en Europa se ha aprendido tanto sobre Ucrania y su relación con Rusia no se ha hablado suficiente del tema de las lenguas. ¿Qué pasa con un ucranio o una ucrania que se han formado sobre todo en lengua rusa? Incluso después de la invasión, el censo dice que un 30% de los ucranios utilizan el ruso como lengua habitual. Muchos se esfuerzan por cambiarlo, pero para algunos, como para Sasha y Alekséi, es casi imposible.
“No sufras por mí. Lo que tenga que pasar, pasará. Yo ya he vivido la vida. ¡Confío en que venceremos! Y en que tú vas a vivir con calma y prosperidad. ¡Estudia lenguas, vive al máximo, realízate, conoce a gente!”, le dice la madre a la hija. “Venceremos” y “sobreviviremos” es el mensaje que se articula al final.
Seguro que es el pensamiento con el que una madre de Kiev se acuesta cada noche. Y es el que tiene esta arquitecta técnica jubilada, que escucha las sirenas de alarma como si fueran música de Bach. “No sufras, cariño: estamos vivos. Las explosiones no son fuertes. Se oyen lejos. Las ventanas están enteras, las hemos precintado todas. Tenemos dos sillas preparadas al lado de la puerta del piso, arrimadas a las paredes. Hemos pasado mucho miedo, cariño”.